Durante toda una semana, cada agosto, el barrio de Gràcia se viste de fiesta para celebrar a su patrona, su identidad y tradiciones; y toda Barcelona responde a su llamado. Siete días para disfrutar de música, talleres, actividades culturales y de una de las mejores fiestas de la ciudad.
Cuando llega el 15 de agosto en Barcelona, hay un plan que le gana a cualquier otro.
Es fiesta (feriado) y grandes y chicos tienen el día libre para disfrutar.
Por supuesto, siempre está la opción de la playa, tentadora en el mes más caluroso del verano. Pero no. El 15 de agosto está reservado para el barrio de Gràcia. Porque ese es el día tan esperado; ese es el día en que se inaugura la Festa Major de Gràcia y nadie se lo quiere perder.
Un barrio transformado
Desde la mañana y durante todo el día, las calles del barrio se llenan de familias que salen curiosas a descubrir qué sorpresas trae la nueva edición de la fiesta.
¿En qué ideas, temas, lugares del mundo, películas o eventos se han inspirado los vecinos de Gràcia para decorar su calle este año? Mapa en mano, para saber cuáles son los espacios transformados, se dejan llevar por los rincones de este antiguo pueblo, que se convierte en protagonista por 7 días y 7 noches.
Por eso, si no te gustan las multitudes, es mejor evitar el primer día.
Es tal la convocatoria, que hay que hacer cola en algunas de las calles para poder ingresar. Es que todos quieren ver las calles recién “estrenadas”, que con el paso de los días y la movida de las noches, las decoraciones sufren un poco.
Porque los materiales con los que las comisiones de cada espacio (calle o plaza) trabajan son muy frágiles: papel, cartón, plástico o botellas.
Material que han reciclado durante todo un año y al que, con mucha creatividad e ingenio, han transformado en verdaderas escenografías.
Personajes de películas (como el ganador del primer premio de 2019, la calle Progrès y su “Harry Potter”),
rincones lejanos del mundo (Travessia de Sant Antoni ganó el tercer premio por su “Ruta de la Seda” que recorría China, India y el Medio Oriente)
o lugares de fantasía (una Atlantis desaparecida, en la calle Llibertat) son algunos de los ejemplos.
No hay límites a la imaginación y los temas pueden ser muy variados: desde la literatura y la ficción hasta motivos que conectan con nuestra realidad, como el caso de la calle Perill que dedicó su decoración de 2019 al planeta Tierra, a los riesgos y peligros ecológicos que enfrentamos y, sobre todo, a dejar un mensaje de concientización.
En 2019 se adornaron 24 calles del barrio y, como cada año, todas compiten para alcanzar el honor mayor: ser la merecedora del primer premio.
El trabajo es duro y arduo. Los últimos días antes del inicio de la Fiesta, se puede ver a los vecinos que forman parte de cada comisión, trabajando largas horas (incluso por las noches) para dejar todo listo y en perfectas condiciones. Y todo de forma voluntaria.
No se trata de dinero, no, no.
El valor máximo está en formar parte de la comunidad, en el espíritu asociativo de la fiesta, y en mantener viva la identidad y la tradición.
Fiestas de Gràcia. Mucho más por ver.
La Fiesta se inicia cada año con el Pregón. Este tiene lugar la tarde anterior (el 14 de agosto) desde el balcón del Ayuntamiento de la Vila de Gràcia y está a cargo de alguna personalidad importante.
Esta última edición, que se vivió de forma virtual a través de YouTube, el pregón estuvo a cargo de tres mujeres del personal de salud (Elvira Bise, Xènia Sist y Maite Fabregat) como homenaje al personal sanitario por su labor durante la pandemia.
Durante los 7 días restantes, las actividades diurnas incluyen tradiciones tan emblemáticas de la cultura catalana como las Matinades (formadas por tamborileros, colles de fuego y trabucaires), la Diada Castellera, actuaciones de las Colles de Cultura, con los Gegants de la Vila de Gràcia e invitados o la Ofrenda Floral a Sant Roc.
Se suman también, talleres, espectáculos para niños, música y danza.
Pero no nos olvidemos de la noche! La fiesta se vive en las calles y no hay quién no piense darse una vuelta por Gràcia esa semana de agosto.
Ideal para disfrutar con amigos, este es el momento en que los bares del barrio y las barras de cada calle y plaza se llenan de gente.
Para financiar los gastos del año siguiente, cada comisión cuenta con su propio “bar”. Allí se vende mucha cerveza, vinos, vermut y alguna pequeña tapa.
Por su parte, los bares, debido a la alta demanda, instalan en sus fachadas barras para vender con más eficiencia y rapidez.
Los precios se uniformizan en esas noches: el vaso de cerveza o vino ronda los 2€, mientras que un gin-tonic o un cubata pueden estar alrededor de los 5€.
La idea es circular, recorrer, disfrutar de la noche siempre llevando consigo un vaso, dispuesto a ser rellenado en el momento que sea necesario.
Es por eso que, cada año, se diseña un vaso especial para la Fiesta.
Son de un plástico bastante fuerte que asegura su durabilidad durante las 7 noches. Se compra por 1 euro en las barras instaladas en las calles, y sirve para ser usado más de una vez.
Al final de la fiesta, si uno lo desea, se puede devolver y se reintegra el dinero.
O, mejor: se lo lleva uno a casa como “souvenir”.
De esta manera se evita el uso desmedido de vasos descartables: si cada uno lleva el propio, no hay necesidad de generar residuos en cada visita a un bar.
¡Que no falte la música en las Fiestas de Gràcia!
Uno de los grandes atractivos nocturnos son los escenarios que ofrecen música en vivo cada noche. Pueden llegar a programarse hasta 3 grupos musicales por escenario.
Cuando comienza a bajar el sol, empieza la música. Las propuestas son muchas y variadas. Según el estilo, los distintos escenarios repartidos entre calles y plazas ofrecen folk, jazz, rock, rumba catalana, pop.. Artistas locales tienen la oportunidad de mostrar y compartir su música, y en el mejor ambiente. Se respira buena vibra en cada rincón y el público es receptivo y generoso con los artistas.
Cómo empezaron las Fiestas de Grácia?
La primera Fiesta de Gràcia tuvo lugar hace poco más de 200 años.
En 1817, el 15 de agosto (Día de la Virgen de la Asunción), regresó la imagen de la Virgen a la iglesia del pueblo de Gràcia. Había estado escondida en la Masía de Can Trilla, para resguardarla de la invasión francesa que había sufrido España a principios de siglo.
En esa oportunidad tuvieron lugar bailes y meriendas populares y se decidió que cada año, en la misma fecha, se celebraría a su patrona, la Virgen.
Lentamente, los vecinos decidirán, además de realizar bailes, decorar las calles del pueblo: motivos vegetales y flores son usados para simular los salones de baile de la época.
Llegada la mitad del siglo XX tendrá lugar la creación de la Federación de Comisiones y Asociaciones de la Fiesta Mayor de Gracia: una institución que tendrá como objetivo organizar comunitariamente los actos centrales, el programa y generar un espacio de encuentro para los participantes de la fiesta.
Con la llegada de la democracia, la Federación podrá hacer uso de su nombre en catalán y será reconocida como Federació de Carrers de la Festa Major de Gràcia y comienza a actuar como un motor de la cultura catalana.
Es tal su valor, que en 1997 la Generalitat de Catalunya reconocerá a la fiesta como patrimonio cultural, con el distintivo de Fiesta Tradicional de Interés Nacional.
Con el siglo XXI, la Federación se convertirá en Fundación, regida por un patronato compuesto por representantes de las calles y plazas decoradas cada año y recibirá en 2012 la “Cruz de Sant Jordi” en reconocimiento a “contribuir con eficacia a la continuidad de una tradición que se remonta a las primeras décadas del siglo XIX y que constituye uno de los eventos festivos más populares de Barcelona y una de las mejores expresiones de cultura democrática en el espacio urbano”
Por eso vale la pena ser parte, de alguna forma, cada año: no se trata sólo de diversión. Es mucho más. Es mantener viva y vibrante la historia y las tradiciones de un pueblo. Y de la mejor manera: recreándola cada año, en sus mismas calles, con su misma gente. Nada más auténtico que esto.
Justo al lado de la basílica Santa María del Mar, en una de esas preciosas callecitas del Born, se encuentra esta bodega, ideal para encontrarse con amigos, conocer gente nueva y disfrutar de la mejor energía, siempre con una copa en la mano.
…Y la noche siguió. Hacía algo de frío y una llovizna suave insistía en mojarnos. Buscábamos un nuevo bar que resultase nuestra próxima parada para un brindis más.
Era viernes por la noche, y si bien no era temporada alta en Barcelona, éramos muchos los que buscábamos lo mismo.
Resultado: bares llenos y mucho ambiente.
Simone nos propuso “La Bodega del Born”. Nos había adelantado que era pequeño y que quizás nos costaría encontrar lugar. Y no se había equivocado.
Incluso en noche lluviosa, la gente esperaba en la puerta alguna señal que indicara que se había abierto un espacio o liberado una mesa.
Nos encantó el ambiente que se había creado entre las cuatro paredes de la Bodega, así que decidimos esperar un poco y ver si teníamos suerte.
Y la tuvimos! En pocos minutos se había liberado un rinconcito, y sin dudarlo corrimos a ocuparlo.
Ya estábamos dentro… ahora a disfrutar!
Era literalmente, un rinconcito del bar. Pero como la onda es relajada y muy social, no hay límites estrictos entre mesas, barra y la gente.
El ambiente es informal y el hecho de que todos estemos bastante juntos es la mejor excusa para iniciar una charla con quien esté cerca.
Si sos de los sociables, que charlan hasta con las paredes, seguramente te sentirás como en casa en La Bodega del Born.
Ahora, no es casual que se cree esa vibra en el lugar. Para nada. Todo tiene un por qué, y el origen de tan buen rollo no puede ser otro que sus dueños, Montse y Xavi.
Ambos, detrás de la barra, atienden con calidez y buena onda a sus clientes. Y es ahí cuando uno entiende lo de “sentirse como en casa”.
Porque es cómo ellos hacen sentir a todos los que atraviesan las puertas de su bar, su rincón de Barcelona. Un rincón en el que se nota, han puesto (y siguen haciéndolo) mucho trabajo y mucho amor.
Nos dijeron que el vermut era un clásico de la casa, así que lo pedimos. Más alguna cervecita, que nunca falta.
Necesitábamos, además, algún “sólido” que acompañara las copas, y nos ofrecieron un surtido de olivas que resultó ser in-cre-í-ble!
Pero sepan, amigos y amigas que nos leen, que no es lo único en el menú.
La gente de la Bodega del Born se han propuesto acercar productos típicos de la región y de muy buena calidad. Por eso, cuando estén por ahí no se corten y pidan alguna tapa de longaniza de pagés, chorizo picante, hummus o mejillones.
Hay variedad, mucho sabor, y a muy buen precio!
Esto hay que decirlo, porque es un valor agregado de la Bodega: es verdad que están ubicados en uno de los lugares más bonitos, atractivos y turísticos de la ciudad. Si hay algo que no falta en el Born son bares para conocer y disfrutar.
Y entre tanta oferta, sería fácil caer en algún lugar con precios “turista” y calidad cuestionable. Pero aquí, Montse y Xavi se propusieron darle vida a un bar que sea para locales, con precios para locales y con las puertas abiertas a todo el mundo.
Y les aseguramos, es una joya rara de encontrar.
Ahora que la encontramos, es un tesoro que queremos compartir con ustedes.
Bienvenidas y deseos
Como nuestro rinconcito estaba pegado a la barra, comenzamos a charlar con Montse. Es claro que la cámara también llamaba la atención y le contamos qué hacíamos.
Queríamos compartir en nuestro canal la magia de la Bodega del Born. Y lejos de sentirse “invadidos” o incómodos, nos contaron su historia y, lo mejor de todo, nos transmitieron la mejor onda.
Así nos enteramos que abrieron el bar en 2017, que son del Born de toda la vida y que, además de vermut y tapas, también organizan eventos y actividades.
Un ejemplo son las tardes de tarot. Otro es el ritual que llevan adelante cada Noche de San Juan y al que invitan a participar a toda persona que entre en su bar.
Y no, no es necesario estar en Barcelona esa noche para ser parte de la celebración. Porque todos los que alguna vez visitamos La Bodega del Born estamos invitados a participar del ritual, aunque falten meses para ello.
¿Cómo es la Noche de San Juan en la Bodega del Born?
Seguramente, cuando termines de hacer tu pedido, Montse o Xavi te acercarán un pedazo de papel de color que tiene un lazo atado, y un boli o lápiz.
Sólo te piden que escribas un deseo. Lo que quieras. Lo que sueñes y anheles que se cumpla.
Y luego, sin mostrárselo a nadie, deberás colgar tu deseo entre los miles que llenan y decoran las paredes, la barra y los rincones de este bar.
Se quedarán colgados ahí hasta la llegada de esa noche mágica, que es la de San Juan, el 23 de junio.
Las tarjetas llenas de deseos serán parte de la ceremonia y se quemarán para que los sueños de todos los que pasamos por la casa de Montse y Xavi, se cumplan.
Por eso, al entrar, lo primero que llamará tu atención son los miles de carteles de colores que hacen de La Bodega del Born un espacio muy especial en el medio de Barcelona.
Y que, te garantizamos, vale la pena conocer. Y volver a visitar, siempre. Porque siempre es bueno sentirse como en casa.
A continuación los datos para ir a conocerlos:
LA BODEGA DEL BORN
Carrer dels Mirallers 15, Barrio del Born
Teléfono 697 67 38 02
Horario: De lunes a viernes, de 17:00hs a 23:00hs.
Entre las callecitas del barrio del Born se encuentra este bar de espíritu francés, que hace de los vinos naturales su estrella protagonista. Un lugar ideal para disfrutar de una buena copa en muy buena compañía.
Buscábamos esa noche un lugar donde tomar una copa. Entonces, Simone dijo: “Vamos a L’Anima del Vi”. No habíamos ido antes, pero él lo conocía y sabía de lo que hablaba. Se trata de un lindo rincón del Born donde beber unos buenos vinos.
No tuvo que decir mucho más, ya estábamos convencidos. Y cruzamos Vía Laietana, para entrar en el mundo de callejuelas del Born.
Ahí estaba, a pocos metros de Carrer de L’Argenteria, en Vigatans. Un bar de esos que nos gusta: puerta de madera, barril en la entrada, mesas de mármol, una barra al fondo y botellas.
Botellas de todos los tamaños, formas y colores, que llenaban las paredes. En una pizarra, sobre la barra, las propuestas de tapas y aperitivos. Y en todo el lugar, una mezcla de antigua bodega con bistrot francés que nos encantó.
L’Anima del Vi estaba a tope.
Era viernes y la noche recién empezaba, pero ya no había casi mesas vacías. Encontramos una libre, con mucha suerte, y decididos la ocupamos.
El ambiente era ideal. Grupos de amigos, parejas, gente en la barra, y las copas en unos casos y botellas de vino para compartir en otros, que se disfrutaban en cada mesa.
Llegó el momento de pedir y como no sabíamos qué vino en particular queríamos probar, nos asesoraron según nuestros gustos y ganas de esa noche.
Dos tintos con cuerpo para los chicos, un blanco afrutado para la chica. Y algo para comer, que estábamos con el estómago vacío y venía bien acompañar la copa con algo rico.
Elegimos de la pizarra unas olivas y una ración de jamón. Y hay que decirlo: nada de lo que probamos esa noche nos decepcionó. Todo lo contrario: cada cosa que pusieron sobre nuestra mesa fue un placer para el paladar.
La variedad de olivas estaba riquísima y el jamón… bueno, el jamón era delicioso. Y cortado tan fino! El perfecto acompañamiento para las copas de vino que saboreamos con gusto, en ese ambiente tan relajado y alegre al mismo tiempo. Un lugar en que podríamos pasar horas, entre charlas y brindis.
Desde Francia con amor
En el año 2006 abría L’Anima del Vi en Barcelona. Es un proyecto nacido de los deseos de montar un bar, de sus dueños Núria y Benoît (él, estudioso de la enología y la viticultura; y ella, música y profesora de viola).
Francia fue el lugar donde se conocieron y unidos por el amor a la gastronomía y a los vinos, decidieron darle vida a este proyecto que se mantiene firme y reconocido en el casco antiguo de la ciudad.
Pero L’Anima del Vi no es un bar más donde tomar una copa de vino. La apuesta y diferencia de esta propuesta radica en crear un espacio para disfrutar de los llamados “vinos naturales”.
Cada botella que se abre en este lugar proviene de productores, tanto franceses como españoles, que se dedican a elaborar vinos a partir de la fermentación del zumo de la uva, y nada más.
Como dicen en su propia web, “la gran mayoría de nuestros vinos están elaborado a partir de uva recogida a mano, procedente de rendimientos voluntariamente limitados y de una agricultura que rechaza cualquier tipo de herbicida, productos fitosanitarios o abonos químicos de síntesis”.
Resultado: un vino natural nacido de una uva sana y equilibrada.
Sin recurrir a distribuidores, los dueños buscan el contacto directo con el productor y cuidan detalles tan importantes como el transporte desde la bodega al local.
Incluso, dentro de L’Anima del Vi el aire acondicionado se mantiene a cierta temperatura para cuidar en todo momento la calidad de los vinos que se guardan entre sus paredes.
Y tanto mimo, tanto cuidado y atención se agradecen.
Uno nota, con sólo entrar, que está en un lugar donde se valora la calidad del producto y también, la experiencia del cliente. Un espacio donde no da lo mismo cualquier cosa.
No. La idea de sus dueños es clara y saben transmitirla a quienes visitan su bar.
Tomarse un vino en L’Anima del Vi es mucho más que eso: es un espacio acogedor e íntimo,donde se puede acercar uno a la experiencia de disfrutar de lo auténtico, de lo vivo, de lo que viene de la tierra y con mucha calidad.
Antes o después de una buena copa de vino en L’Anima del Vi, no te pierdas una de las carassas que se conservan en el barrio. Si querés saber qué es una carassa y su historia, fijate en este artículo.
Las playas de Barcelona son el escape perfecto para los que viven y visitan la ciudad, especialmente cuando llegan los días de calor. Pero esta vida de ocio, de arena y mar que hoy nos es tan familiar y natural cada verano, no comenzó hasta hace poco más de 150 años.
Hoy viajamos al pasado para conocer cómo era “ir a la playa” en aquella Barceloneta.
Verano. Calor rondando los 30 grados. Sol que pica en la piel. Y un único deseo: entrar en el mar, fresco y reparador.
Después, descansar sobre la arena, oyendo el hipnotizante murmullo de las olas.
Alrededor del mundo, la idea de “vacaciones” está siempre muy relacionada con una temporada al lado del mar. “Hacer playa”, relajarse o practicar algún deporte en o cerca del agua es lo que buscamos, cuando decidimos irnos a la costa para disfrutar de un merecido descanso.
Barcelona es una ciudad magnífica que ofrece a quien la visita arte, cultura, historia, gastronomía, noche… y playa!
Tiene ese privilegio, el de permitirnos escapar del ritmo de la ciudad para entrar en el mundo de los bañadores, las sombrillas, el sol, la arena y el mar, tan sólo con un viaje en metro o unos minutos de caminata.
Ahí, justo en el distrito de la Ciutat Vella, al ladito del casco antiguo, se encuentra la Barceloneta, nacida y crecida junto al Mediterráneo.
Y es ese mismo Mediterráneo la clave del pasado de Barcelona, de su crecimiento, de su apertura al mundo. El puerto fue el gran protagonista. Y la vida comercial de la ciudad giraba en torno a él.
Pero no eran ésos años de bañistas u ocio en las playas. Eso llegaría mucho tiempo después.
Recién durante el siglo XIX, la sociedad descubrirá y convertirá en una actividad de ocio los baños en el mar. Y la Barceloneta será uno de sus escenarios principales.
Baños de salud
A fines del siglo XVIII e inicios del XIX se inicia una nueva “moda”: los baños de agua de mar caliente para su uso terapéutico y la playa como nuevo lugar de ocio.
Las clases más acomodadas comienzan a visitar, entonces, las zonas costeras de Francia e Italia… y llegan también a litoral marítimo de Cataluña.
Y, por supuesto, a Barcelona.
Ahora bien: cuando “van a la playa” no entran al mar a bañarse, como lo hacemos hoy en día. Eso era bastante poco habitual y, en todo caso, sólo practicado por las clases más populares.
Estos visitantes buscaban en las playas las casas de baños: establecimientos levantados en las cercanías al mar, donde se podían tomar baños en pica o pequeñas bañeras ubicadas en cabinas.
Esos baños podían ser de agua fría o caliente, extraída directamente del Mediterráneo.
Ya hay registros en los años 20, del siglo XIX, de tres casas de baños en Barcelona. Una de ellas, justamente en la Barceloneta.
Se lo conocía como Can Solé, porque estaba ubicado en el huerto que llevaba ese mismo nombre. Abría sus puertas desde el 10 de junio hasta finales de octubre y dependía de la Casa de Caridad.
Ofrecía baños de agua dulce y salada, fríos y templados y con el paso de los años, sería ampliado y se mejorarían sus instalaciones. Por ejemplo, las picas realizadas en mármol, un salón de descanso y un café.
Como estaba alejado del centro de la ciudad, y atravesar la Barceloneta en aquellos tiempos no era tan “turístico” como ahora, se incluyó también un servicio de transporte propio desde la hoy Placa d’Antoni Maura, que se conocía como de Sant Sebastià, hasta la casa de baños.
Equipos de hidroterapia, una máquina de vapor para captar el agua de mar, un jardín con manantiales y hasta una terraza con vistas al mar, fueron servicios que se fueron sumando ya llegada la mitad del siglo XIX.
Pero Can Solé no estará solo. Durante las décadas del 50 y 60 del mil ochocientos otras casas de baños irán abriendo sus puertas, como el Astillero o Sant Miquel.
De arquitectura neoclásica, estos establecimientos disponían de un vestíbulo o salón desde el que surgían dos alas: una de hombres, y la otra de mujeres. Un pasillo las separaba, a lo largo del cual se encontraban las cabinas con las bañeras de mármol o madera.
Para 1861 llegará el cierre definitivo de Can Solé, cuando se compren sus instalaciones para ampliar las de La Maquinista Terrestre y Marítima, una importante empresa metalúrgica ubicada en la Barceloneta, y de la que queda aún hoy huellas en el barrio: una de sus calles lleva su nombre (La Maquinista) y está en pie aún el arco de ingreso a la fábrica.
Los Baños Orientales
Para la misma época en que desaparece Can Solé, se comienzan a instalar en las playas las primeras casetas y barracas. Éstas se montaban y desmontaban cada verano. Las infraestructuras irán creciendo y sumando más servicios a los usuarios, como restaurantes, baños flotantes y equipos para realizar gimnasia.
En 1870, ir la playa tiene cada vez menos que ver con la salud y más con el ocio, el cuidado del cuerpo y la práctica de la natación.
Es en ese contexto en el que surgirán los baños más importantes de Barcelona: los Baños Orientales. Reconocidos como los mejores de España y uno de los más importantes del continente, se levantaron en 1872 siguiendo el proyecto del arquitecto August Font i Carreras.
Consistía en un edificio con aires neoárabes que contaba con 50 bañeras, debidamente separadas entre hombres, mujeres y familias. El lujo se dejaba ver, por ejemplo, en materiales como el mármol de Carrara en las instalaciones de hidroterapia.
Para el año 1876, se decide agregar un sector de oleaje que se adentraba en el agua. Esta sección se protegía con una estructura de madera y permitía que los bañistas pudiesen realizar acrobacias gimnásticas y natatorias en el agua.
Un año más tarde, se inauguran dos piscinas cubiertas de 20 metros de largo, que llegaron a ser iluminadas con la reciente electricidad llegada a Barcelona a fines del siglo XIX.
Y, como no podía ser menos, contaban además con un servicio de tranvía (primero tirado por caballos, y más tarde electrificado) para unir el centro de la ciudad con los famosos baños.
Barceloneta ha cambiado mucho desde aquellos lejanos años. Y el frente marítimo mucho más. Ya no hay casas de baños e ir a la playa es más democrático y popular que nunca.
Han cambiado las maneras, las ropas, los usos y costumbres. Pero es curioso imaginar, mientras se está recostado en la playa escuchando el romper de las olas (y algún que otro vendedor de “cerveza-beer”), esos tiempos en los que nacía esa afición que hoy en día es un placer de muchos.
Auténtico y único, este bar/restaurante que ya es parte de la vida e historia del barrio es el lugar perfecto para disfrutar de sabores intensos, de una “bomba” legendaria y del mejor ambiente, que no te hace dudar de que has llegado a la Barceloneta.
Hay un detalle de La Cova Fumada que dice todo sobre ellos: en su fachada, a diferencia de todos los bares y restaurantes que uno puede salir a buscar, no hay ningún cartel.
Nada de letras coloridas y llamativas que nos digan qué ocurre ahí dentro. Nada que indique que ahí, detrás de esas puertas de aspecto antiguo y madera pintada de marrón oscuro, está la famosa Cova Fumada.
Y es que, sencillamente, no lo necesitan.
Los que viven en el barrio, saben perfectamente dónde está. Y los que vienen de más lejos, si la conocen es porque alguien les hizo llegar el dato, alguien los llevó o se los recomendó. Y con eso ya es suficiente.
Acómodese donde pueda
La Cova Fumada se llena de gente, siempre.
Vecinos del barrio, de toda la vida, que desayunan o almuerzan aquí. Barceloneses que saben que una visita a la Cova es plan que hay que repetir más de una vez en la vida. Y turistas, de todos los rincones, que se enteran que aquí se esconde una joya gastronómica y llena de historia.
Nadie se lo quiere perder. Así que si es necesario (especialmente si se llega después de las 13hs.), se hace fila y se espera afuera, hasta que se libere alguna mesa (o espacio) que nos permita entrar y disfrutar de unas buenas tapas, acompañadas de una cerveza fría, o un vino de la casa.
El lugar es pequeño.
Muy pequeño. Una barra a la izquierda, donde siempre hay más de uno que, en lugar de esperar una mesa, disfruta de su bebida y comida ahí mismo. También a la izquierda, pero un poco más arriba, los barriles de vino.
Luego las mesas, ésas de mármol y patas de hierro que ya son un pequeño viaje en el tiempo, se reparten en los pocos metros cuadrados del salón. Que permite tan pocos asientos que sólo llegando a las 11 de la mañana, puede uno (quizás) elegir dónde sentarse. Más tarde, simplemente se agradece haber encontrado un lugar que ocupar.
Incluso, se puede llegar a compartir la mesa con otros, si es necesario. Es más: aunque tengas una mesa para vos sólo, están tan cerca unas de otras que se tiene la sensación de formar parte de una gran comida familiar.
Y finalmente, a la derecha del local, el lugar donde la magia ocurre: la cocina y sus fuegos.
Abierta al salón, es tan pequeña como el resto del lugar. Pero no se detiene nunca. Es un ir y venir de platos e inunda todo de los mejores aromas posibles. Es casi hipnotizante verlos trabajar al ritmo que lo hacen, porque una vez que La Cova Fumada abre sus puertas, los pedidos no dejan de llegar. Y sus platos, no paran de salir.
El origen del nombre
De esa cocina le viene el nombre a este lugar ya mítico de la Barceloneta; al parecer hubo un tiempo en que no había suficiente ventilación. Por eso que esta antigua bodega, llamada con cariño “cueva”, se encontrase casi siempre llena de humo…es decir, “fumada”.
Y de ese bautizo ya han pasado más de 75 años.
Tres generaciones de una misma familia han mantenido viva la historia y la vida de la Cova. Es muy poco lo que ha cambiado desde sus inicios: la barra de mármol, las viejas puertas y hasta la pizarra donde se pueden leer las propuestas del menú siguen estando tan presentes como su gente.
Estas paredes están a años luz del glamour y del “diseño”: aquí lo que vale es lo verdadero, lo auténtico, lo que cuenta el paso del tiempo. La esencia se ha mantenido inalterable y se agradece.
Ir a la Cova es sentirse parte de algo más grande: de la historia de un barrio, de la vida de sus gentes, siempre disfrutando de esos mismos sabores, porque son los que nunca fallan.
En 1944 este negocio familiar abrió sus puertas. La Barceloneta con su identidad de mar y pescadores fue el marco perfecto para este bar de tapas que haría de los pescados y mariscos bien frescos los protagonistas de su carta. Pero sin dudas, la gran estrella es la “bomba”.
La (famosa) Bomba
Fue María, la abuela de los hoy dueños de la Cova, la genial creadora de esta delicia que, con el tiempo, intentó replicarse en más de un lugar. Pero hay que decirlo: la bomba de la Cova Fumada es única, porque entre el puré de patata, el relleno de carne y sus dos salsas (alioli y una roja bastante picante) se esconde un ingrediente secreto que ni la CIA podría desentrañar.
Cuenta la leyenda que fue un vecino del barrio, Enric, el que le dio el nombre sin quererlo. Al probar este manjar exclamó: “Esto es la bomba!”. Y lo demás, es historia.
Hoy, los hermanos Josep María y Magí Solé, llevan adelante esta herencia de familia: el primero, recibe en la puerta a los clientes y se encarga de llevar adelante la lista de espera. Atento en su trabajo, nunca olvida a nadie y hace malabares para encontrarle un lugar a todos. Magí, por su parte, ocupa su lugar en la cocina junto a la madre de ambos, Palmira, y su hijo Guillem.
El resto del personal es siempre el mismo. Uno tiene la sensación de que si alguno de ellos faltara, la Cova no sería la misma. Todos son piezas fundamentales de un engranaje que funciona a la perfección.
Insistimos: el ritmo en este lugar es de no parar. Entre el bullicio de las mesas, no sabemos cómo, pero ellos logran sacar cada plato, encontrar un espacio para un nuevo comensal, servirte tu copa y todo, a una velocidad que más de un restaurante de comida rápida envidiaría.
Qué comemos?
La pregunta en realidad debería ser: que NO comemos? Porque todo está tan bueno que uno quiere pedir la pizarra entera. Pero hay que controlarse. Igual, siempre se puede volver.
Ya hablamos de la bomba: así que sería pecado mortal no pedirla.
Seguimos por los pescados y mariscos: el bacalao con su salsa de tomate es la gloria; el pulpo marinado tiene uno de los sabores más intensos y deliciosos que hayamos probado y el calamar a la plancha, con el ajo y el perejil, siempre nos tienta con su exterior dorado y crocante y tan tierno a la vez.
Si estos no te convencen, también hay mejillones a la marinera, calamar encebollado, gambas, navajas, buñuelos de bacalao… todo fresco y delicioso.
Dejando de lado los productos de mar, siempre vale una ensalada (la rusa o la de tomates y cebollas) o los garbanzos con morcilla que son un golazo.
Para beber, es sencillo: cerveza o vino (tinto o blanco) de la casa. Este último, servido en jarra y algo frío, por lo poderoso, convoca siempre a una buena y reparadora siesta.
Las raciones no son gigantes pero están a buen precio. La idea es que puedas probar un poco de todo. La premisa siempre es esta: cocina popular a precio popular. En todo caso, la cuenta final dependerá de tu capacidad de control para no pedirte todo lo que hay.
En nuestra vida barcelonesa, la Cova Fumada es ese lugar al que siempre queremos volver. Y siempre lo hacemos. Sobre todo con amigos.
Tiene ese poder maravilloso de hacernos quedar bien, cada vez. De hecho, con algunos se ha convertido en ritual y visita obligada cada año que vienen a Barcelona. No se pueden volver a casa sin que haya un almuerzo en la Cova Fumada. Y si podemos, repetimos.
Todo es alegría y esa sensación increíble de que se está viviendo lo bueno de la vida.
Tip: si bien te dejamos a continuación los horarios, te dejamos este dato importante. Si querés asegurarte entrar a la Cova, el horario ideal es alrededor de las 12hs. Ya después de las 13hs, no hay más opción que la lista de espera. Y asegurate de esta anotado: cuando a las 15hs se cierran las puertas, el que no está en la lista ya no entra.
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