La Barcelona del siglo XIII era una ciudad en pleno auge. De los 5000 habitantes que había en época romana, la Ciudad Condal medieval llegó a tener unos 40000 aproximadamente. Esto, sin contar los visitantes que estaban de paso. O los que no llegaron a ser censados.
Muchos de estos últimos vivían en los límites del barrio de la Ribera con el mar: una zona más deprimida y centro de la vida marinera.
Este sector, que era conocido como “la Marina”, era también el lugar de residencia de forasteros que no vivían en las mejores condiciones: sin trabajo, sin familia y muchas veces no eran contados en los censos de la ciudad.
Para vivir, esta gente recurriría al robo, de pequeñas cosas, para poder conseguir alguna moneda para comer. La salvación llegaba si lograba ser reclutados como parte de alguna tripulación, entre los barcos que llegaban y salían del puerto de Barcelona.
Ahora, qué podían comprar con esas pocas monedas? ¿Qué tipo de comida? Ahí es cuando entra el título de nuestro artículo:
El malcuinat.
Como se darán cuenta, la palabra nos lo dice todo. Mal cocido. Podemos asegurar que no se trataba de la mejor oferta gastronómica de la ciudad, nada que ver con lo que nos gusta mostrarles en nuestro canal.
De qué se trataba? Básicamente, de una especie de guisado hecho con los restos de lo que no se suele elegir para comer. Sobras de comidas, vísceras, huesos y los peores trozos de carne. También se lo llamaba, comúnmente, cap i pota.
Para poder hacerse con un plato de malcuinat, bastaba con acercarse a alguna de las paradas de casquería, donde se vendía este potaje. Llegó a haber tantas de estas paradas que en el año 1375 se llegó a prohibir la venta de carnes en algunas zonas de la ciudad.
Imaginemos la escena: banquetas o pequeños puestos en las calles de Barcelona, y gente muy humilde y con mucho hambre haciendo cola para engullir un poco de ese malcuinat.
Hay registros de que se vendía, por ejemplo, en el Carrer dels Capellans, a metros de la Catedral; también en el Carrer de les Freixures, abastecido por el mercado que solía haber en la Placa de l’Angel (donde hoy está la estación de metro de Jaume I) y en una pequeña callecita, por la que se circula mucho, muy cerca de Santa María del Mar.
El nombre se conserva: es el Carrer del Malcuinat, y está justo a la salida del Fossar de les Moreres. Caminando por allí podemos imaginar a esa gente muy pobre, viviendo entre la ciudad y el mar, al lado del puerto, y pasando por esa calle para comer, al menos, algo que ayude a pasar el hambre.
Fuente: “Historias de la historia de Barcelona” – Dani Cortijo
Un atractivo innegable de la ciudad de Barcelona, sobre todo cuando llega el verano, son sus playas.
El barrio de la Barceloneta se convierte en los meses de junio, julio y agosto, en un hervidero de turistas y de algún que otro local, que buscan refrescarse en el mar y tomar un poco de sol.
El encanto de las calles y las gentes del barrio, su oferta gastronómica y el hecho de ser el puerta de acceso al Mediterráneo más cercana al centro y casco antiguo de la ciudad, convierten a la Barceloneta y sus playas en un punto muy popular y demandado por quienes visitan la Ciudad Condal.
En días en que sentimos que el verano está a la vuelta de la esquina, y ya nos soñamos en bañador disfrutando de un buen chapuzón, pensamos que no estaría mal recordar un poco cuál es el origen de este pedacito de tierra cerca del mar.
Porque hay que decirlo claro: la Barceloneta no existía (y no me refiero al barrio, sino a las propias tierras donde hoy se asienta) hasta entrado el siglo XV, cuando comienzan a depositarse los primero sedimentos que, con los siglos, darían lugar a este barrio tan emblemático de Barcelona.
Pero vamos por el principio, para entenderlo mejor.
De isla a barrio icónico
El litoral marítimo de la ciudad no era lo que hoy es, ni por asomo. En el siglo VI a.C. había una bahía entre la montaña de Montjuïc y el Monte Táber, que permitía el ingreso de las aguas hasta bien adentro de lo que hoy es Barcelona (se cree que el mar llegaba hasta donde hoy está la Plaça Catalunya).
El proceso será lento, pero constante: el mar se irá retirando, dando lugar a pequeñas islas y lagunas al principio, y a tierras firmes más adelante. Serán en esas tierras donde se irán asentando nuevos habitantes. Pasarán layetanos (los habitantes originarios), romanos y visigodos.
Para el siglo XIII, Barcelona será una ciudad medieval con una relación profunda con el mar. Un mar que llegaba muy cerca de la hoy famosa iglesia de Santa María del Mar (la misma que da nombre al libro de Ildefons Falcones, «La catedral del mar»); y las playas, llena de comerciantes, mercaderes, barqueros, pescadores y, por qué no también piratas y corsarios, se extendían entre lo que hoy conocemos como laPla del Palau y el Parc de la Ciutadella.
Con el siglo XV llega la muralla de mar (uno de sus límites se encuentra en donde hoy está la plaza Antonio López), que irá extendiéndose a todo el frente marítimo con el paso de los años. También, se inician las obras para un puerto. Con su consolidación, la actividad comercial de las playas se trasladará a la nueva vida portuaria de Barcelona.
Las obras del puerto se inician a instancias del rey Joan II de Aragón, en 1477. En ese contexto, es cuando se crea un espigón para unir a las costas de Barcelona con un banco de arena, conocido como Isla de Maians. A partir de allí, comenzará a crecer el viejo puerto de Barcelona.
Y es con este puerto que aparece un dique, conocido como Dique del Este, que es clave para entender el surgimiento de los orígenes de la Barceloneta. Asentado sobre la antigua Isla de Maians, irá creciendo en extensión con los siglos, contendrá las arenas transportadas por el ciclo marítimo y los restos de sedimentos arrastrados y depositados por el río Besòs.
De esta manera irá acelerándose, entonces, el proceso natural de formación de una playa, que le ganará 500 metros al mar en los primeros 200 años; y llegarán a ser entre 800 y 900 metros al día de hoy.
El nombre de Maians, cuentan algunas versiones, viene del apellido de un comerciante que atracaba allí sus barcos cuando venía a comerciar a la ciudad.
Y la verdad, es que antes de convertirse en el embrión del puerto, ese banco de arenas no tenía gran función. Pero gracias a la obra del genovés Stassi de Alejandría, el espigón que que anexó el destino de la Isla de Maians al de Barcelona, permitió el nacimiento de un puerto que no dejaría de crecer. Y sin quererlo, el origen de uno de los barrios más bonitos de la ciudad.
Así que, a partir de ahora, cuando camines por la zona que comprenden la Pla del Palau y la Estació de França, recuerda que caminas por una isla casi, casi olvidada.
Y hablando de estaciones de trenes, si querés saber qué trenes entran y salen de Barcelona, horarios, precios y compra de tickets de ferrocarriles (tanto en Barcelona como en el resto de Europa) leé este artículo de los amigos de Voy en Tren.
Cualquiera que llegue a Barcelona descubrirá que en muchos edificios y espacios públicos (en el barrio del Born también lo verán) se recrea, una y mil veces, la famosa leyenda de Sant Jordi: un caballero medieval que mata a un feroz dragón y, al hacerlo, rescata a la princesa.
Sant Jordi, o San Jorge, es patrono de Catalunya y su leyenda fue un elemento esencial a fines del siglo XIX, justamente en años donde se busca recuperar y revalorizar la cultura e identidad catalanas.
Pero Sant Jordi no es el único caballero que emprende la tarea de matar a un dragón. La leyenda que te contamos hoy también nos habla de la aventura de un caballero medieval, lo suficientemente valiente como para enfrentarse a esa bestia mitológica.
Es verdad que no alcanza exactamente los mismos resultados… quizás por eso es menos famoso. Pero su historia no deja de ser más que entretenida y llega hasta mezclarse con la realidad.
Viajemos en el tiempo al siglo XIII.
En esa Barcelona medieval había una familia de caballeros llamada Vilardell. De hecho, la calle en la que vivían se la conocía con el apellido de éstos: Carrer d’en Vilardell. Hoy, esa misma calle, se llama Carrer dels Cotoners y está en pleno barrio del Born, una de las zonas con más encanto de la ciudad de Barcelona.
La cuestión es que, por aquellos años, había un dragón que atacaba a quien pasase por el camino que unía a Barcelona con Girona: no importaba si eran personas o animales, el hambriento dragón los devoraba a todos.
Cansado de esta situación, el caballero Soler de Vilardell decidió tomar cartas en el asunto y se preparó para emprender la gran aventura: ir a matar a un dragón.
Cuando estaba apunto de salir de su casa, se encontró con un vagabundo en la puerta. El hombre, que evidentemente vivía en muy malas condiciones, le pidió una limosna al caballero.
Soler de Vilardell dejó su espada apoyada en la puerta y entró en la vivienda para buscar algunas monedas con las que ayudar al pobre hombre.
Sin embargo, cuando regresó a su encuentro, ya no estaba allí. Pero no sólo faltaba el vagabundo, también faltaba su propia espada!
Lo más extraño del caso era que en su lugar, había otra. Una espada de gran temple con una preciosa empuñadura. Y con un detalle especial: en la hoja había una inscripción que rezaba así:
“Espasa de virtut
brac de cavaller
pedra i drac
jo partire”
(“Espada de virtud
brazo de caballero
piedra y dragón
yo partiré”)
Con semejante espada en mano, Soler sintió que no podría fallar. Estaba listo para emprender su viaje y matar al dragón.
A medio camino pensó que sería mejor probar la espada, para ver si lo que la inscripción ponía, se cumplía de verdad.
Eligió una gran roca en el camino y, diciendo las palabras mágicas, cargó sobre ella:
“Espasa de virtut
brac de cavaller
pedra i drac
jo partire”
La roca se partió en dos sin dificultad y, en ese momento, el caballero se dio cuenta de que tenía la mejor espada para obtener la victoria. Así que, sin dudarlo, continuó su viaje para encontrar al famoso dragón.
Y llegó el momento: ahí estaba la bestia, hambrienta y feroz. Soler de Vilardell atacó al animal, sin miedo. Su espada mágica brillaba cuando la empuñó con todas sus fuerzas y la clavó en el cuello del dragón. Con un sólo golpe le cortó la cabeza, mientras decía:
“Brac de cavaller
espasa de virtut
pedra i drac
jo partire”
Contento por haber vencido, no se dio cuenta de que no había dicho las palabras en el orden correcto. Y, mientras tenía su brazo alzado con la espada en alto, una gota de la sangre del dragón resbaló por la hoja de la espada, pasando por su brazo y llegando, finalmente, a su corazón. Sólo pasó un instante, y el valiente caballero caía muerto por envenenamiento.
Si estás de camino por Catalunya, y pasás por Sant Celoni, se puede ver una montaña de piedras que, cuentan por ahí, cubre el cadáver del caballero. Todos la llaman la Roca del Drac.
Y la espada? Quedó en la familia mucho tiempo. Muchos reyes y príncipes querían poseerla, por ser tan preciada y especial, pero los Vilardell no quisieron desprenderse de ella.
Sin embargo, hay un curioso registro, en el año 1270. Una sentencia en el Archivo de Cortesía de la ciudad dictamina nulo un duelo en el que se enfrentaron dos señores: Bernat de Centelles y Arnau de Cabrera. El motivo de la nulidad? Parece que el ganador había usado la espada mágica de Soler de Vilardell y, como todos sabían en la época, está prohibido usar armas mágicas en la caballería.
Finalmente, se sabe que la espada pasó a manos de los Condes de Barcelona, una joya que heredaron en la familia. Así consta en los documentos de aquellos años que se conservan en el Archivo de la Corona de Aragón.
Fuente: “Fantasmas de Barcelona” Sylvia Lagarda Mata / @cuadernodeLuis
Caminar por Barcelona es, muchas veces, viajar en el tiempo. Sobre todo, al recorrer barrios como el Raval, el Gótico y el Born: la Barcelona amurallada que creció hasta superar sus límites hasta bien entrado el siglo XIX. Por las callecitas del casco antiguo uno puede encontrarse, si mira bien, con trazos y huellas de la vida de una ciudad que fue, en plena Edad Media, un importante centro comercial en todo el Mediterráneo.
Y de todos los aspectos que forman para de la vida urbana, hoy vamos a enfocarnos en uno que parece acompañar a la humanidad siempre, no importa de qué época estemos hablando: la prostitución.
Hay mucha tela para cortar sobre este rubro, el que se conoce como “la profesión más antigua del mundo”. E iremos contándote más historias y detalles en otros artículos. Porque, como te imaginarás, no faltan curiosidades a lo largo de tantos siglos.
En la Barcelona Medieval
Hoy, empezaremos en la Edad Media: una época en que Barcelona y su puerto eran parte de grandes rutas comerciales; una época en que llegaban por el mar cantidad de marineros, mercaderes y comerciantes. Y cuando hay muchos hombres que llegan a nuevo puerto, después de haber pasado bastante tiempo en alta mar, todos sabemos lo que buscan apenas ponen pie en tierra, no?
Durante aquellos años, los burdeles van a ser tolerados. Es claro que la prostitución no era socialmente aceptada, pero era tolerada (se la consideraba un mal menor necesario) y hasta regulada para asegurar la convivencia con el resto del conjunto social (las primeras ordenanzas aparecieron en el siglo XIV).
Se sabe que la edad permitida para poder ejercerla iba de los 12 a los 20 años. Y que los consellers (consejeros) de Barcelona imponían a las mujeres que se prostituían un código de vestimenta. Básicamente, debían vestirse diferente que el resto de las mujeres que se consideraban “honestas”. Por ejemplo, vestirse de blanco con un cinturón azul, para poder ser reconocidas fácilmente; o no poder usar capa o manto, aunque fuera invierno e hiciera frío. Además, no estaban autorizadas a comer o beber en público.
Cuando llegaba la Semana Santa, se producía una interrupción obligada de los servicios sexuales de pago. En días santos, las prostitutas debían recluirse en un convento, y así evitar “tentar” a cualquier hombre que pudiera desear buscar un encuentro con ellas.
Las Ramblas y el barrio del Raval, que nació como periferia de Barcelona, fueron los lugares de la ciudad donde la prostitución se desarrolló en toda su variedad de colores, sin haber desaparecido hasta el día de hoy.
¿Cómo encontraban los burdeles?
Pero hoy les contaremos las huellas que los burdeles han dejado en el casco antiguo, y no exactamente en el Raval.
Antes comentábamos que muchos hombres llegados al puerto buscaban los servicios de alguna señorita. Ahora, tenemos que detenernos en un importante detalle: esos hombres, en su mayoría, no sabían leer ni escribir. Para identificar, por lo tanto, un prostíbulo había que recurrir a recursos que no incluyeran la palabra escrita.
En Barcelona, para señalar el lugar de un burdel había un sistema de señales desarrollado. Un ejemplo, era pintar la parte inferior de la fachada de color rojo vivo, clara señal de lujuria. Otro detalle, era escribir el número de la calle en un tamaño claramente más grande que el resto de los números de otras casas o locales.
Pero el elemento que ha sobrevivido al paso del tiempo y que podemos aún ver en algunos rincones escondidos de la ciudad fueron las carasses: unos mascarones hechos de piedra que representaban las cabezas de demonios, sátiros o medusas.
Esta señalización fue una evolución que llegó pasada la Edad Media, en el siglo XVII, más exactamente luego de la Guerra dels Segadors, de 1640. Se decidió colocar estas cabezas en las esquinas para ayudar a los soldados castellanos, que se habían hecho con el dominio de la ciudad, a encontrar con facilidad un prostíbulo.
Encontrando las «carasses»
Hoy, por las callecitas el Born podemos ver algunas carasses que han sobrevivido al tiempo y las demoliciones. Y como somos muy buenos, para que no tengas que salir a buscarlas sin ninguna pista, te contamos dónde están.
La más famosa y que es muy fácil de ver está en la esquina del Carrer dels Mirallers y del Carrer dels Vigatans.
Estuvo en riesgo de ser perdida para siempre en 1983, cuando se derribó el edificio en el que estaba, cuando se estaba llevando a cabo un plan de rehabilitación de la Ciutat Vella.
Por suerte, los vecinos intercedieron y la salvaron: una vez restaurada se colocó nuevamente, y ahora la vemos en la finca que se levantó en el solar donde había estado todo ese tiempo.
La segunda está muy cerca y tiene nombre: Papamoscas.
Justo en la esquina del Carrer dels Flassaders y el Carrer de les Mosques, se halla esta carassa que cree indicaba la ubicación de un burdel.
Parece que esta calle era un callejón sin salida en esos tiempos y el prostíbulo, se dice, era de categoría.
Es más: hay una versión que cuenta que algunas de las mujeres que allí trabajan dejaron la profesión gracias a la ayuda de un marinero.
¿Cómo es eso?
Bueno, en aquella época cuando un barco pasaba un muy mal momento en alta mar, los marineros solían pedirle a la Virgen protección y que les salvara la vida.
Lo que prometían a cambio, era hacer feliz a alguna mujer. Así que, cumpliendo su promesa, parece que este marinero “rescató” a alguna de las señoritas que trabajaban allí.
La última de las carasses que podrás encontrar en el Born está en el Carrer de les Panses.
Tomando el Carrer de les Trompetes hay que pasar un arco, y al girar sobre los talones y apreciar el edificio que se tiene enfrente. En el tercer piso hay una media cara, con barba.
En ese caso, el mascarón estaría marcando la planta exacta donde funcionaba el burdel, para evitar conflictos con los vecinos.
Es claro que no hay confirmación totalmente fehaciente de que todas estas carasses hayan pertenecido sí o sí a un burdel.
También pudieron haber sido parte de la ornamentación de la construcción en la que estaban.
Pero, sea como sea, son el testimonio de un pasado, que siempre es atractivo descubrir.
Ahora sólo te resta tomar el mapa, levantar bien la cabeza y salir en su búsqueda.
Fuentes:
“Historias de la historia de Barcelona” – Dani Cortijo
“Els secrets de la Rambla de Barcelona” – Ángel Ferris y Núria Fontanet
Descubrir el origen exacto del nombre de una ciudad tan antigua como Barcelona, con más de 2000 años de historia, no es tan sencillo. A lo largo de los años, diversos estudiosos del tema han elaborado distintas teorías para poder explicar su nombre. Pero habiendo pocos registros de la época, no se ha podido llegar a una conclusión definitiva.
Sin embargo, existen algunas hipótesis y son las que compartiremos con ustedes a continuación.
Si bien los que fundaron oficialmente Barcelona, en el siglo I a.C. fueron los romanos, estas tierras ya estaban antes habitadas por los layetanos, que habían entrado en contacto con otras culturas mediterráneas, siendo el mar el punto clave de esa conexión. Etruscos, fenicios y griegos ya habían pasado por estas tierras, pero sin asentarse.
En la montaña de Montjuïc se encontraron monedas layetanas (dracmas ibéricas acuñadas a fines del siglo II a.C.) con una inscripción que, al traducirla, es la palabra “Barkeno”. Los layetanos, dijimos, tenían contacto con otras culturas, y será la griega la de mayor influencia, ya que ya estaba asentada en el norte de Cataluña, en Empúries.
Esa palabra, Barkeno, será la que evolucionará hasta llegar hoy a Barcelona.
Ahora, de dónde viene Barkeno?
Esa es la gran cuestión.
Para algunos, su origen está relacionado con la estirpe de los Barca. Antes de que llegasen los romanos, ya Cartago había avanzado sobre la Península Ibérica, tratando de ganar terreno y recuperarse después de las Primeras Guerras Púnicas. En su camino, se le atribuye a Amilcar Barca (o a su hijo, Aníbal, el famoso general cartaginés considerado como uno de los más grandes estrategas militares de la historia), las bases de esta ciudad con el nombre de Barca Nova: una nueva Barca, en homenaje y referencia al linaje de su familia.
Otra versión, más “poética” si se quiere, involucra a Hércules, héroe de la mitología romana. Cuenta la leyenda que en su viaje por el Mediterráneo en búsqueda del Vellocino de Oro junto a Jasón y sus Argonautas, los navegantes se encontraron en medio de una tormenta que destruyó las embarcaciones. La novena barca, la Barca Nona, apareció destrozada en las costas de la que hoy es Barcelona. Y atraído por el lugar, Hércules decide fundar una ciudad a la que le dará en nombre de esa barca: Barcanona… Barcelona, suena parecido, no?
Sin embargo no hay evidencias arqueológicas que demuestren estas opciones.
Y llegamos a la fundación romana.
Se produce, efectivamente, a finales del I siglo a.C. (alrededor del año 10 a.C.). Aquí sí contamos con evidencias que demuestran la fundación y su nombre completo: Colonia Julia Augusta Faventia Paterna Barcino.
Sí, sí, ese es el nombre completo de Barcelona.
Lo de Julia y Augusta hace referencia al emperador romano que decide la fundación de la ciudad: Augusto. La palabra Julia está relacionada con la familia del emperador, la gens Julia.
Faventia pareciera tener relación con un carácter auspiciador. Nos quedan, entonces, Paterna y Barcino, justamente las dos palabras que han generado más problemas para identificar su origen.
Paterna es probable que tenga que ver con recordar la intención de Augusto de fundar una colonia para los veteranos de su ejército.
Y Barcino… Barcino… Más allá de leyendas, algunos científicos han relacionado la raíz de la palabra Barcino con un origen céltico, íbero o ligur.
Lo que sí se puede afirmar con algo más de seguridad es que los romanos hayan tomado la palabra Barkeno, de la que ya hablamos y que ya circulaba en estas tierras antes de la llegada del Imperio Romano, y la hayan adaptado a la fonética latina. De esta manera, la letra “k” se reemplaza por la “c”.
Ahora, el último paso: de Barcino a Barcelona. Debemos decir que el cambio fue una evolución que pasó por variaciones como Barchinonam, Barcilonam, Barcilona… En el siglo VI, cuando ya son los visigodos los que se establecen en estas tierras, la numismática y los concilios escriben la palabra Barcinona. Y en la Edad Media, desde el siglo IX, se la conoce como Barchinona.
Sólo habrá que dejar pasar el tiempo para que el nombre suene como suena hoy.
Pero si en tu recorrido por el Gótico, pasás por la Catedral y te encontrás con unas letras de bronce y aluminio que forman la palabra Barcino, entonces, ya sabrás por qué están ahí. Lo único que tendrás que hacer, es tomarte la foto, que se ha estado convirtiendo en un clásico de los paseos por Barcelona.
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