El Pan con Tomate 5 (2)

El Pan con Tomate 5 (2)

Hay una situación que se repite siempre en bares y restaurantes en Cataluña.

Comienza con el pedido de los platos o tapas a compartir, el camarero o camarera toma nota de todo, y antes de irse hace la pregunta infaltable: «¿y pan con tomate?»

Y frente a pregunta tan sencilla, siempre hay una sencilla respuesta: Sí!

No puede faltar nunca una ración de pan con tomate en las mesas catalanas, básicamente por dos razones: es riquísimo y barato!

Si bien hoy es un plato que todo el mundo disfruta, su origen es muy humilde. De hecho, aunque en algunos restaurantes ofrezcan maneras refinadas de degustarlo, el origen del pa amb tomaquet (bien dicho en catalán), estuvo lejísimo de cualquier refinamiento.

Son los pagesos catalanes (los campesinos de estas tierras) los que desarrollaron esta idea, hoy tan popular. 

Dos siglos atrás.

Imaginemos la vida en el campo hace más de 200 años. Nadie pensaba en el pan como un producto industrializado como hoy, esto llegará recién a fines del siglo XIX.

En aquellos años, el pan se hacía una vez a la semana.

Y no en una pequeña barra. No, no. Era una hogaza muy grande, pensada para ser consumida durante días. Y todos sabemos lo que pasa con el pan luego de unos días: se endurece y casi es imposible de comer

Y esto era algo con lo que lidiaban quienes trabajaban todo el día fuera de casa. Por las tardes, luego de muchas horas de esfuerzo en el campo, los pagesos merendaban para poder aguantar el hambre hasta la hora de la cena. Y qué tenían a mano?

Pan. Duro. Imposible de masticar.

Así que tomaban el tomate, lo cortaban en dos y los frotaban contra la rebanada de ese pan. Los jugos del tomate lo ablandaban y también le daban sabor. Una fantástica solución, ¿no creen?

Por eso, gracias a una necesidad muy básica y al hambre de estas personas, nace una tradición que hoy está más viva que nunca.

Receta del Pa amb Tomaquet

El mejor pan, el más típico para comer un buen pa amb tomaquet, es el pan de Pagés. Ese pan de aspecto bien rústico, generado a partir de masa madre, que se corta en rebanadas grandes y se tuesta.

Sobre cada rebanada tostada se frota el tomate: idealmente debería ser tomate de “penjar”, de colgar, que se caracteriza por tener una pulpa suave que impregna bien el pan al restregarlo. 

Luego llega la sal y, finalmente, el aceite de oliva en buena cantidad, rebosando ese pan y dando el toque final perfecto.

Y quienes hayan estado en España saben que el aceite de oliva es una garantía de sabor y aroma inmejorables.

Una aclaración: puede ocurrir que en algún bar te traigan los ingredientes para que te “autogestiones” tu pan con tomate. Entre los ingredientes, encontrarás también ajo. Si te gusta, es cuestión sólo de pelarlo y frotar el diente contra el pan, antes del tomate.

Un tip: sólo un poco, no te entusiasmes demasiado con el ajo, porque puede quedar muy fuerte y tapar los sabores del tomate y el aceite, los grandes protagonistas de este manjar.

Y ahora, a hincarle el diente! A que está rico?

Fácil de hacer, delicioso y con ingredientes simples. O sea, la fórmula perfecta para que el pa amb tomaquet sea un éxito, y por eso se seguirá disfrutando por mucho tiempo más.

Imagen portada: Tombpelcatala

El Fuet 4.5 (2)

El Fuet 4.5 (2)

El origen del fuet puede remontarse hasta hace casi 5000 años atrás. Ya los íberos, los primeros habitantes de estas tierras, utilizaban la técnica de fermentación junto con el secado de la carne, pero serán los romanos sus grandes consumidores. Y la popular “lucanica”, nombre en latín que la definía en aquella época,  será la que dará nombre a la “llonganissa” catalana, hermana mayor del fuet

Nacido en Cataluña, el significado de la palabra “fuet” es “látigo”, esa varilla o cuerdecita atada a un mango para golpear caballos o mulas. Pero también es el nombre de este embutido curado tan famoso y típico catalán, cuya forma delgada y alargada (un grosor de entre 1 y 2 dedos), recuerda lejanamente la forma de un látigo.

¿Cómo está hecho el fuet?

Todo empieza con carne magra de cerdo, picada más o menos fina, que luego se adoba con sal y pimienta negra. Posteriormente, se embute en una tripa delgada y se cura. El tiempo de maduración oscila entre 3 semanas y un mes. 

Si hay algo que distingue al fuet es esa piel natural de color blanco que lo recubre; y se da como resultado del proceso de fermentación. Gracias al cual se generan los hongos que ayudan a mejorar el sabor final.

Ahora llega la gran pregunta: ¿se come con o sin piel?

Y la respuesta sería: Depende.

De qué? Básicamente, del origen de la tripa en la que se embute la carne. Si es natural, es decir, la propia tripa de la carne, se puede comer sin problema. 

No sería tan recomendable si la tripa es sintética, lo cual es bastante habitual en los fuets de producción industrial. 

El fuet es único.

Pues sí, es verdad, su sabor es único, pero variedades hay muchas, y esto tiene que ver con el microclima donde se desarrolla el fuet.

Los de montaña, por ejemplo, son más secos. Los de zonas bajas o más húmedas (como el famoso de Vic), presentan el moho que mencionamos anteriormente. 

Pero independientemente de su precedencia los mejores serán los artesanales, siempre.

Se pueden conseguir en cansaladerías, charcuterías o carnicerías. Sin aditivos, sólo la carne, la sal y la pimienta. No se necesita más para hacer un gran fuet. 

Ahora, si ya te hiciste de tu fuet, recodar siempre lo siguiente: nunca se guarda en la nevera.

Lo ideal es conservarlo colgado en un sitio fresco y aireado, sobre todo si es artesanal. Y al consumirlo, se debe cortar al bies (en diagonal). Algunos lo hacen muy fino, otros más grueso que la longaniza, pero siempre va muy bien acompañado de pan o «pan con tomate» e incluso en bocadillos. 

Ahora sí, llegó el momento de comerlo. Así que… Bon profit!

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