Salir de copas por el barrio de Gràcia significa, muchas veces, darse una vuelta por la Plaça de la Virreina. Rodeada por tres calles en las que no hay tránsito, es el sitio perfecto para encontrar un bar y juntarse con amigos. Y lo mejor: está solo a sólo 170 metros de Elephanta!
El nombre de la plaza tiene origen en la antigua villa y palacio en el que vivió María Francesca Fiveller de Claresquí i de Bru, más conocida como la Virreina.
Por qué se la conoce así? La respuesta es más que lógica: por ser la esposa de un Virrey.
Manuel d’Amat i Junyent, de origen catalán, fue gobernador de Chile y Virrey del Perú hasta 1777. De regreso en España y a sus 75 años, en 1779 contrajo matrimonio con María Francesca, una joven de poco más de 20 años de edad, perteneciente a una importante familia barcelonesa y que hasta antes de su matrimonio había sido novicia en el convento de Santa María de Jonqueres.
No están claras las circunstancias del matrimonio. Se cuenta que don Manuel se casa con Maria Francesca en una especie de reparación del honor de la joven… porque la boda debería haber sido con el sobrino del virrey, Antoni d’Amat. Pero por motivos que se desconocen, el muchacho nunca cumplió con su parte y María se quedó con el tío, hombre mucho mayor que ella, pero de gran fortuna.
Lo que sí se sabe es que el virrey era un hombre que gustaba de demostrar su estatus y hacer ostentación de su dinero. Por eso, manda a construir dos grandes palacios. El primero, en la famosa Rambla de Barcelona conocido como el Palau de la Virreina es un maravilloso ejemplo de barroco catalán y pertenece al Ayuntamiento de Barcelona.
Un palacio de verano
El segundo, en la villa de Gràcia. Un palacio pensado como casa de veraneo del matrimonio y, del que se cuenta, era incluso más imponente que el que conserva en el centro de la ciudad.
Pensemos que la villa de Gràcia en aquellos años era fundamentalmente rural, tierra de masías y huertos. Con la Revolución Industrial y la llegada del siglo XIX el paisaje irá cambiando. Pero en aquellos años de fines del XVIII, el virrey se hace con un “terrenito” más que considerable: desde Travessera de Gràcia hasta el Carrer Providencia, y desde Torrent de l’Olla a Torrent d’en Vidalet.
Lamentablemente, el pobre Manuel no podrá disfrutar de sus nuevas propiedades. Sólo tres años después de su enlace, muere. Y la joven virreina será quién podrá disfrutar de semejante legado. De ahí, que todos conozcamos al palacio de la Rambla y a la plaza de Gràcia con su nombre, y no con el de su marido.
Las distintas funciones que cumplió
María Francesca morirá en 1791, y a partir de ese momento comenzarán los cambios en la que había sido su finca en la villa de Gràcia.
Supo ser residencia de una orden religiosa y, más tarde, de franceses que escapaban luego de la Revolución en el país vecino. También, se convirtió en hospicio para atender enfermos de fiebre amarilla a principios del siglo XIX.
Luego, la decadencia y, finalmente, la destrucción del palacio.
Las tierras comenzaron a ser repartidas y urbanizadas, y en 1878 el arquitecto Josep Artigas i Ramoneda construyó la plaza que conocemos hoy. Justamente, ubicada en el lugar donde estaba el palacio de la virreina.
Es una pena, pero se ha perdido casi todo vestigio de ese increíble edificio. Se cree que sus piedras están hoy formando parte de la iglesia que está en la plaza.
La leyenda
Sin embargo, hay una pieza que sí puede identificarse como parte del viejo palacio. Sí, sólo una que te animamos a buscar en el lateral derecho (si la miramos de frente) de la iglesia de Sant Joan.
Allí, hay una baldosa original donde está representados, los que se supone son, el virrey y la virreina, en unos medallones. Y aquí llega la leyenda: dicen por ahí que si te parás a la medianoche, frente a esos medallones, y repetís tres veces “Perricholi”,el nombre del amante de María Francesa, la carita de la virreina se enoja!.
Será sólo cuestión de probarlo (creo que debe funcionar mejor después de unos gin-tonics)
Último dato importante: ésta iglesia (la parroquia de San Juan Bautista de Gràcia) por sí sola es bastante especial. Si sos de los que buscan los rastros de Gaudí por toda Barcelona, no se te puede escapar la parroquia de Sant Joan.
En la época en que el arquitecto vivía y trabajaba en Parc Güell, solía bajar caminando todas las mañanas a rezar en esta misma iglesia, en su camino a la Sagrada Familia. Lo hacía con su compañero y mano derecha, Francesc Berenguer, a quien se atribuye la construcción de la capilla del Santísimo que está en el sótano. Sin embargo, en 2016, Josep María Tarragona, investigador de la obra de Gaudí, puso en duda esta afirmación y presentó pruebas para demostrar que la capilla era en realidad obra del mismísimo Antoni Gaudí. No hay una confirmación oficial de sus hipótesis, pero sin duda no deja de sumar más atractivo a un lugar tan emblemático y bonito del barrio de Gràcia.
Fuentes: tourhistoria.es / elperiodico.com
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