Caminar por Barcelona es, muchas veces, viajar en el tiempo. Sobre todo, al recorrer barrios como el Raval, el Gótico y el Born: la Barcelona amurallada que creció hasta superar sus límites hasta bien entrado el siglo XIX. Por las callecitas del casco antiguo uno puede encontrarse, si mira bien, con trazos y huellas de la vida de una ciudad que fue, en plena Edad Media, un importante centro comercial en todo el Mediterráneo.
Y de todos los aspectos que forman para de la vida urbana, hoy vamos a enfocarnos en uno que parece acompañar a la humanidad siempre, no importa de qué época estemos hablando: la prostitución.
Hay mucha tela para cortar sobre este rubro, el que se conoce como “la profesión más antigua del mundo”. E iremos contándote más historias y detalles en otros artículos. Porque, como te imaginarás, no faltan curiosidades a lo largo de tantos siglos.
En la Barcelona Medieval
Hoy, empezaremos en la Edad Media: una época en que Barcelona y su puerto eran parte de grandes rutas comerciales; una época en que llegaban por el mar cantidad de marineros, mercaderes y comerciantes. Y cuando hay muchos hombres que llegan a nuevo puerto, después de haber pasado bastante tiempo en alta mar, todos sabemos lo que buscan apenas ponen pie en tierra, no?
Durante aquellos años, los burdeles van a ser tolerados. Es claro que la prostitución no era socialmente aceptada, pero era tolerada (se la consideraba un mal menor necesario) y hasta regulada para asegurar la convivencia con el resto del conjunto social (las primeras ordenanzas aparecieron en el siglo XIV).
Se sabe que la edad permitida para poder ejercerla iba de los 12 a los 20 años. Y que los consellers (consejeros) de Barcelona imponían a las mujeres que se prostituían un código de vestimenta. Básicamente, debían vestirse diferente que el resto de las mujeres que se consideraban “honestas”. Por ejemplo, vestirse de blanco con un cinturón azul, para poder ser reconocidas fácilmente; o no poder usar capa o manto, aunque fuera invierno e hiciera frío. Además, no estaban autorizadas a comer o beber en público.
Cuando llegaba la Semana Santa, se producía una interrupción obligada de los servicios sexuales de pago. En días santos, las prostitutas debían recluirse en un convento, y así evitar “tentar” a cualquier hombre que pudiera desear buscar un encuentro con ellas.
Las Ramblas y el barrio del Raval, que nació como periferia de Barcelona, fueron los lugares de la ciudad donde la prostitución se desarrolló en toda su variedad de colores, sin haber desaparecido hasta el día de hoy.
¿Cómo encontraban los burdeles?
Pero hoy les contaremos las huellas que los burdeles han dejado en el casco antiguo, y no exactamente en el Raval.
Antes comentábamos que muchos hombres llegados al puerto buscaban los servicios de alguna señorita. Ahora, tenemos que detenernos en un importante detalle: esos hombres, en su mayoría, no sabían leer ni escribir. Para identificar, por lo tanto, un prostíbulo había que recurrir a recursos que no incluyeran la palabra escrita.
En Barcelona, para señalar el lugar de un burdel había un sistema de señales desarrollado. Un ejemplo, era pintar la parte inferior de la fachada de color rojo vivo, clara señal de lujuria. Otro detalle, era escribir el número de la calle en un tamaño claramente más grande que el resto de los números de otras casas o locales.
Pero el elemento que ha sobrevivido al paso del tiempo y que podemos aún ver en algunos rincones escondidos de la ciudad fueron las carasses: unos mascarones hechos de piedra que representaban las cabezas de demonios, sátiros o medusas.
Esta señalización fue una evolución que llegó pasada la Edad Media, en el siglo XVII, más exactamente luego de la Guerra dels Segadors, de 1640. Se decidió colocar estas cabezas en las esquinas para ayudar a los soldados castellanos, que se habían hecho con el dominio de la ciudad, a encontrar con facilidad un prostíbulo.
Encontrando las «carasses»
Hoy, por las callecitas el Born podemos ver algunas carasses que han sobrevivido al tiempo y las demoliciones. Y como somos muy buenos, para que no tengas que salir a buscarlas sin ninguna pista, te contamos dónde están.
La más famosa y que es muy fácil de ver está en la esquina del Carrer dels Mirallers y del Carrer dels Vigatans.
Estuvo en riesgo de ser perdida para siempre en 1983, cuando se derribó el edificio en el que estaba, cuando se estaba llevando a cabo un plan de rehabilitación de la Ciutat Vella.
Por suerte, los vecinos intercedieron y la salvaron: una vez restaurada se colocó nuevamente, y ahora la vemos en la finca que se levantó en el solar donde había estado todo ese tiempo.
La segunda está muy cerca y tiene nombre: Papamoscas.
Justo en la esquina del Carrer dels Flassaders y el Carrer de les Mosques, se halla esta carassa que cree indicaba la ubicación de un burdel.
Parece que esta calle era un callejón sin salida en esos tiempos y el prostíbulo, se dice, era de categoría.
Es más: hay una versión que cuenta que algunas de las mujeres que allí trabajan dejaron la profesión gracias a la ayuda de un marinero.
¿Cómo es eso?
Bueno, en aquella época cuando un barco pasaba un muy mal momento en alta mar, los marineros solían pedirle a la Virgen protección y que les salvara la vida.
Lo que prometían a cambio, era hacer feliz a alguna mujer. Así que, cumpliendo su promesa, parece que este marinero “rescató” a alguna de las señoritas que trabajaban allí.
La última de las carasses que podrás encontrar en el Born está en el Carrer de les Panses.
Tomando el Carrer de les Trompetes hay que pasar un arco, y al girar sobre los talones y apreciar el edificio que se tiene enfrente. En el tercer piso hay una media cara, con barba.
En ese caso, el mascarón estaría marcando la planta exacta donde funcionaba el burdel, para evitar conflictos con los vecinos.
Es claro que no hay confirmación totalmente fehaciente de que todas estas carasses hayan pertenecido sí o sí a un burdel.
También pudieron haber sido parte de la ornamentación de la construcción en la que estaban.
Pero, sea como sea, son el testimonio de un pasado, que siempre es atractivo descubrir.
Ahora sólo te resta tomar el mapa, levantar bien la cabeza y salir en su búsqueda.
Fuentes:
“Historias de la historia de Barcelona” – Dani Cortijo
“Els secrets de la Rambla de Barcelona” – Ángel Ferris y Núria Fontanet
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